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-¿Cómo ha sido el salto que ha experimentado en estos últimos años?
-Ha sido todo muy rápido y, ahora, por fin, empiezo a poder echar el freno y tomarme tiempo para estudiar y que las cosas discurran con la tranquilidad necesaria. Esta carrera ha de ser de fondo y así lo ejemplifican las grandes trayectorias, como la de Pons, que forma parte del reparto de Oviedo y que lleva cantando veinticinco temporadas en el Metropolitan de Nueva York.
-Su maestro Alfredo Kraus fue un ejemplo en este sentido.
-Los que estudiamos con él debemos seguir su ejemplo, estudiar mucho y tomar las pausas adecuadas entre cada compromiso. No sólo se trata de dar continuidad a sus enseñanzas técnicas, sino de cómo ser un profesional dentro y fuera de los escenarios.
-¡Menuda la que armó con «El cantor de México» en París!
-Ha sido una experiencia única. Tenía que bisar a diario. Cuando acepté este compromiso, al principio me daba miedo, pero para cantar este repertorio se precisa un cantante lírico. Luis Mariano fue un dios en Francia y esto me daba aún más respeto al enfrentarme al papel. Conté, eso sí, con la complicidad y el apoyo de Emilio Sagi, que me ayudó mucho. El gran éxito que se obtuvo fue debido a su aportación excepcional.
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-¿Por dónde le gustaría seguir su carrera?
-Pues poco a poco. Seguir así, sin prisa. Como el vino, la voz mejora con los años y la maduración vocal llega a la vez que la personal. A los cantantes deben dejarnos crecer los implicados en el proceso lírico, desde los directores de escena a los musicales y los críticos. Cuando debuté con «Rigoletto» algunos ya querían que lo cantase perfectamente y lo que hay que ver, cuando se incorpora un rol, es la proyección y el nivel que un cantante puede llegar a alcanzar del mismo.
17 de enero de 2007
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