16 de abril de 2006

Zedda en Oviedo.

Días atrás el maestro Zedda visitó Oviedo para dirigir un programa con la Sinfonía 38 de Mozart y el Stabat Mater de Rossini. La prensa local, LNE, le dedicó una entrevista, firmada por Cosme Marina. Hela aquí:

-Mozart y Rossini, buena pareja para volver a Oviedo.

-Y tanto. La «Sinfonía número 38 en Re mayor K. 504, Praga» de Mozart es una obra muy particular dentro de su creación. Su discurso se desarrolla sobre temas nuevos, podríamos decir muy poco mozartianos. Es una obra dramática, llena de contrastes. Sólo en el último movimiento llega el Mozart más brillante. El original empleo de los arcos en los primeros movimientos es original, moderno. Para Mozart es una sinfonía de experimentación, de búsqueda inquieta, con fuerte carga melancólica, prefigurando el romanticismo. Por eso me satisfizo especialmente que se me pidiese esta obra para volver a Oviedo. Mozart es para mí un compositor muy teatral y su concepto aporta un dramatismo de imágenes poderosas.
-Se reencuentra con la OSPA.
-Es una orquesta que se encuentra en un magnífico estado de forma y muy dúctil. Quiero hacer con ellos un Mozart más italiano que alemán. Hanslick lo calificaba como «el más grande compositor italiano». Lo decía en el sentido de su luminosa orquestación y en la búsqueda de la emoción casi como un niño, capaz de ver la verdad de las cosas sin las ataduras de un adulto.
-El «Stabat Mater» de Rossini es una obra maestra.

-Totalmente. La he dirigido mucho y cada vez me sigo emocionando, incluso en los ensayos. Es también una obra peculiar en el catálogo de Rossini. Se trata de un compositor pudoroso en las emociones que siempre trata de racionalizar. Aquí, sin embargo, el sujeto es místico. Rossini no era creyente pero no por ello se apartó de la tragedia de Cristo y su simbología. Expresa una fuerza que refleja sentimientos, lo cual lleva a la emoción. En las óperas, sin embargo, se frena y tiene miedo a expresar sentimientos; aquí no. Y para ello no precisa de apartarse de sus fórmulas de microescritura.
-Contrasta este Rossini con los que el público les ha escuchado en el Campoamor.

-Es muy diferente a las óperas que aquí he dirigido, incluso de «Tancredi» que tiene un discurso clásico, platónico. Por el contrario, el «Stabat Mater» es sangre, carne, emoción directa. No salió del repertorio pero antes no gustaba en exceso, no tenía la fuerza que ahora expresa.

-¿Ha tenido Rossini que esperar más de un siglo para que se captase su modernidad?
-Creo que el drama de Rossini fue que en su tiempo pensaron que toda su creación era más simple y sólo ahora hemos comprendido su modernidad en condiciones. Su discurso, dentro de las formas tradicionales, no tenía ni un contenido clásico ni romántico. Es moderno porque emplea la abstracción de forma constante. El juego y la ironía las maneja con maestría genial. Y otro elemento clave de la modernidad, que es la ambigüedad, en la que tanto se ha basado la creación durante el siglo XX. Fue en vida un compositor honrado y celebrado, pero no se valoró adecuadamente su calidad. Estaba en la tradición pero su discurso fue nuevo. Incluso el propio Verdi no lo valoró, aunque lo respetase, porque no entendía, desde su concepto de la ópera como expresión de estados de ánimo del hombre, cómo Rossini era capaz de mostrar las emociones con otros recursos. La música rossiniana es profundamente teatral y exige al intérprete un trabajo fuerte. Depende de quien la cante, una escala puede ser algo aburrido o expresar una fuerte carga erótica. Por eso precisa grandes cantantes que sepan asimilar la libertad que Rossini les da. Todo ello lo hace con elementos muy concretos, del mismo modo que pintores esenciales del siglo XX, como Miró.
-Usted ha consolidado una fuerte vinculación entre el Festival Rossini de Pésaro y el Mozart de La Coruña.

-Es algo natural esta conexión porque ambos compositores la tienen. Si vamos más allá de las óperas de Mozart más conocidas, las de carácter cómico que se interpretan de manera más continuada, y nos sumergimos en otras como «Idomeneo» o las que conforman la primera parte de su catálogo, vemos un autor de gran dificultad interpretativa, de carácter belcantista. De hecho, los cantantes rossinianos funcionan de forma plena en este repertorio. Nosotros trabajamos en múltiples direcciones porque en un festival temático no sólo se puede acudir a una serie de obras pequeñas que se reiteren continuamente. Debemos ofrecer otras opciones y buscar ámbitos de actuación que apunten hacia otras sensibilidades líricas. Por ejemplo, este año, ante la saturación mozartiana, no haremos Mozart lírico en Coruña, aunque sí su música sinfónica y camerística. Ante tal saturación, es bueno ofrecer cosas diferentes, no hacer todos lo mismo.
-Ahora Rossini manda en los teatros.

-En veinticinco años el avance ha sido enorme. Por ejemplo en obras como «Il viaggio a Reims», que es asombroso cómo se programa y entusiasma al público en todo el mundo. Es bueno que se haga con cantantes jóvenes, educados en el canto rossiniano, que le aportan frescura. Aún deben llegar avances en el Rossini serio, sobre todo en obras de la belleza de «La sdonna del lago».


Y un extracto de la crítica del citado C.M.
en la dirección de la «Sinfonía número 38 en re mayor, K. 504, Praga» de W. A. Mozart. Es una obra de búsqueda en el catálogo mozartiano y Zedda, por tanto, experimenta con ella. Sin romper en ningún momento con las versiones más usuales el director italiano arriesga, explora unos tempi oscilantes, no fijos, que procuran un desarrollo de las texturas de la obra casi poliédrico. Fue su Mozart un festín vital, lleno de sugerencias y, sobre todo, libre, sin ataduras hacia el que la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA) reaccionó en bloque, sin una fisura, pese a la muy alta exigencia técnica, sobre todo en el «Presto».
En la segunda parte Rossini tomó el relevo -«De Praga a Pesaro» se titulaba el concierto- y lo hizo con una de sus obras maestras, el «Stabat Mater». Aquí Zedda sentó cátedra con la naturalidad que le caracteriza, sin artificio alguno, desnudando la melodía, dejando totalmente limpio el bel canto rossiniano que fluyó en el trazo de conjunto y en cada pasaje de la partitura. El trabajo a fondo, el cuidado expresivo y la búsqueda de una sonoridad concreta y característica se lograron por la adecuación de todos los participantes. Zedda sabe, precisamente, adaptarse a cada realidad vocal y, de este modo, equilibrar el resultado de conjunto coherentemente. El cuarteto de solistas resolvió con solvencia. Tanto Amparo Navarro -tras su reciente éxito en el Campoamor con «La del soto del Parral»-, como la ovetense Lola Casariego -siempre intachable en sus intervenciones- mantuvieron un buen nivel correspondido por el tenor Gustavo Peña y el bajo Wojtek Gierlach. A su lado, el Coro de la Fundación Príncipe de Asturias cantó con ganas y entusiasmo, lo que se saldó con notable alto. Si a ello se une el vigor de la OSPA, demostrando adónde puede llegar cuando al frente de la misma se sitúa un director de verdadera categoría, el concierto fue preludio de excepción para la Semana Santa.



Por mi parte y respecto a los cantantes, no comparto lo de "solvencia", dejémoslo en que resolvieron y gracias. La que más me gustó fue Amparo Navarro.

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